sábado, 14 de diciembre de 2013

Desnudarse es un acto de autenticidad, un reencuentro con uno mismo.

En los trasfondos de la intimidad, cuando dos cuerpos se encuentran desnudos uno frente al otro ya no existe más lugar donde esconderse, éso y el momento en el que dormimos con alguien creo que son los momentos más vulnerables de toda persona, éso o estar frente a un asesino serial que tiene una pistola en mano son los momentos en los que nos encontramos más indefensos. No podemos huir de nada, nos hemos entregado en nuestra vulnerabilidad, en nuestra intimidad más ínfima, más fundamental.

Ese momento o ese lugar es donde no podemos esconder quienes somos, cómo somos realmente, no podemos esconder las curvas que nos faltan y mucho menos las que nos sobran. Es un momento de complicidad, es un momento de autenticidad, pero no con el otro sino con uno mismo; es el momento en el que nos quitamos la armadura y mostramos la veta de nuestras venas recorriéndonos el cuerpo y agolpándose en la garganta, haciéndose nudo, pero sobre todo, conspirando en contra de uno.

Es ese momento en el que atentamos contra la armadura que nos ponemos todos los días para enfrentar el mundo, que nadie nos dio pero que nosotros decidimos cargar. Desnudarse no es sólo un acto de despojarse de la envoltura física sino de todo lo demás. Desnudarse es encontrarse con todas nuestras heridas de batalla, es revivir todas las batallas libradas en nuestras vidas, en nuestros amores, en nuestras ganas y también en nuestras irresponsabilidades.

Desnudarse para otra persona no es un ato de complicidad con el otro, más bien, es un acto de complicidad con uno mismo, es sincerarse y bajar la guardia es aceptarse por unos momentos y ser feliz a costillas de uno pero a tren del otro. Es entrar a un cuarto oscuro y apagar la luz, hacer todo eso temiéndole a la oscuridad.

Desnudarse es un acto de autenticidad, un reencuentro con uno mismo.

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