martes, 6 de enero de 2015

Hay que irnos a vivir a algún lugar transitorio e intangible, habitemos la sombra amorfa que dé la sombra de alguna obra de Antoni Gudí, por ejemplo.
Duermo contigo y me siento más vulnerable que nunca, siento que en tu cama despliego el mapa de mis miedos y tú me sitúas en el centro, furioso, vacío y gritándole a la nada.
Luego, hay los días en que pienso que esto es una guerra sin cuartel y pego mi pecho a tu lado de la cama, me dignifico pensando que todo será como nosotros pensamos que va a ser. Luego pienso en esta trinchera y pienso que no hay nada que me aterre más que las dudas que corroen y me acribillan en la distancia, más allá de todos los lunes que terminan en viernes.

Esto no es guerra ni mis piernas son trinchera y estoy seguro de que si tuvieras una foto impresa mía no la pondrías en la pared de tu guarida, ni estuviera gastada de tanto rezarla. 
César a veces entender nuestra vida juntos puede resultar muy difícil y lo entiendo.

Lo sé, es sólo que me gustaría encontrar una pauta o algo más que la acumulación de hábitos situacionales o por lo menos, mi querido E., un instinto que saque del arrebato de disociarme cuando no entiendo una situación ¿Te imaginas cuántas cosas se impriman en mi huella cerebral cuando hago eso?

No me las imagino pero supongo que queremos que la pauta o la huella nos empuje hacía cosas mejores. Una perspectiva tan optimista como ésta es el unguento más dulce cuando algo nos causa dolor. Pueden sucedernos cosas desagradables, pero al menos, vivirlas puede hacer de nosotros personas mejores.


Digamos que te alejas definitivamente hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio, en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mi, doliente, persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mi tu corazón inerte y sustancial, tu corazón de una promesa única
en mí, que estoy enteramente solo... sobreviviendote.

Después de ese dolor redondo y eficaz, pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia, ni que me atreva a preguntar si cabes,
como siempre... en una sola palabra.

Lo cierto es que ahora ya no estas en mi noche, desgarrándome idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable de mi voz como niño, esa que no sabia.

Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza, no tener oración para morder,
no tener fe para clavar uñas, no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala, que retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla, como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de cenizas.

Esta tarde. Sin embargo yo daría, todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mi, tu corazón inevitable y doloroso
en mí, que estoy enteramente solo... sobreviviendote.



Mario Benedetti.

He llegado a Sonora, M., y no te extraño. No extraño que me engañaras, ni que intentaras matarte o que intentaras hacerme creer que querías matarte. Ni extraño que me hayas aislado socialmente, ni extraño tus mentiras, ni que me confundieras  tal grado de creer que era yo quién te estaba mintiendo. Tampoco extraño no tener nada que hacer todo el día más que esperar el golpe certero de tus inseguridades reflejadas en mi libertad.

No te extraño M. No te extraño ni te guardo rencor, ni siento lástima por ti. A veces siento coraje pero sonrío y se me pasa. No me mereces la pena, ni a mí; te mereces a ti mismo y te mereces... Nada, creo que  te mereces curarte de ti mismo. Pero no te extraño ni a ti ni a ese mal ensayado formato de amor que vendes.


 
 
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