domingo, 19 de febrero de 2012

De mí y de tí pero no de nosotros.

Es decir, se llega a ese punto en el que uno después de haber hecho el recuento de los daños y después de haber reposicionado las piezas del rompecabezas para volver a ver “the whole picture” claramente de nuevo (aunque con algunos puntos todavía se encuentren en un “blur total around”) (y sigo escribiendo entre comillados) uno decide nuevamente salir del caparazón y los propios preceptos y aceptar la vida de nuevo. Le cuento querido lector… inicio un año completamente desde cero (que ya es mucho decir para una persona que ha hecho un total y completo borrón y cuenta nueva en su vida), en estas fechas el año pasado (no lo recuerdo con exactitud, pero…) me encontraba encerrado en mi cuarto después de una ruptura amorosa que me habría llevado a la muerte (“literalmente”) de haber dado un paso más hacia la autodestrucción.

¿Cómo se puede permitir uno mismo acabar de esa forma?, uno que siempre ha tratado de actuar con rectitud conforme a lo que la vida me ha enseñado que es “la forma correcta de hacer las cosas (hasta el momento –concepto que aún se encuentra en evolución)” ¿Cómo puede un profesionista (guapo, cocinero, responsable, independiente; lleve lleve, bara bara) de 23 años con todo en la vida para ser feliz dejar vencerse de esa forma por las circunstancias?...

Antecedentes.
La típica historia donde un típico chico (común y corriente… más corriente que común, he de aceptar) (potencial hombre imperfecto en su perfección –Pero siempre perfectible) conoce a otro y decide darse una oportunidad a sí mismo de vivirse en otra etapa de su vida… la turbia, tumultuosa y oscura (pero bonita) etapa de entregarse por completo a otra persona y de incluir a esa persona en la vida propia; de involucrarlo hasta en la sopa, en el baño, en la cama, en la familia, la cocina y los amigos; de hacer el amor (y en bastas y contadas ocasiones coger) por todos los rincones de la casa (en la cama, la sala, el piso, la cocina, el baño, encima de la lavadora girando en centrífugos al ritmo de la parsimonia de nuestros cuerpos juntos, el patio, el comedor, y un interminable etc.), el patio, el trabajo, la colonia, la ciudad y pueblos circunvecinos; de jurar amor eterno cual adolescente de secundaria o como cual pareja añejada a años y años de acompañamiento mutuo en las buenas, las malas y las peores a punto de que la muerte los separe en el último punto final de los finales (a estas alturas del partido, ya finalizados). Bueno no hace falta decir que fue la mejor potencial historia de amor jamás descrita (sin otro autor ni editorial, mas que la complicidad de dos cuerpos desnudos al amanecer con la luz entrando por la ventana y la frente aperlada de sudor).

Desarrollo.
Saltémonos la parte dramática de los dimes y diretes, la abrupta separación, la desgracia y la repartición de bienes en donde nadie se quedó con nada, solo con la poca ropa que teníamos puesta y las tumultuosas ganas de quitárnosla para averiguar todo lo que pudo haber sido y no fue (ni será). 3 años y 30 kilos (arriba) después, ahí estaba yo, durmiendo en el piso de mi cuarto hundiéndome en la miseria de no haberme bañado en días y unas ganas enormes de que el mayor desastre natural tocara a mi puerta y de pronto me borrara por completito del contínuum (a mí y mi propia conmiseración por mí mismo) como castigo de tener una vida y no querer vivirla más.

Conclusión.
Heme aquí, un año después, 30 kilos menos, miles de kilómetros más lejos de eso que mató a quien yo era en aquel momento y millones posibilidades más cerca de ser quien quiero ser, de ser mas yo. 25 años, profesionista (repito… guapo, cocinero, responsable, independiente; lleve lleve, bara bara) de nuevo en un nuevo inicio, listo. Para lo que venga.


¿Por qué te hago el recuento querido lector? No lo sé, es solo que conocí a alguien que está a miles de kilómetros al sur que me hizo darme cuenta que ya estoy listo para todo aquello que la vida pueda ofrecerme, bueno o malo. Eso, que no tengo sueño y tengo una sonrisa de oreja a oreja por saberme con la fortaleza suficiente para sobrevivir a lo que ha sido hasta ahora “el peor momento de mi vida”.

Es decir… que lo mejor está por venir.
 
 
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