He llegado a Sonora, M., y no te extraño. No extraño que me engañaras, ni que intentaras matarte o que intentaras hacerme creer que querías matarte. Ni extraño que me hayas aislado socialmente, ni extraño tus mentiras, ni que me confundieras tal grado de creer que era yo quién te estaba mintiendo. Tampoco extraño no tener nada que hacer todo el día más que esperar el golpe certero de tus inseguridades reflejadas en mi libertad.
No te extraño M. No te extraño ni te guardo rencor, ni siento lástima por ti. A veces siento coraje pero sonrío y se me pasa. No me mereces la pena, ni a mí; te mereces a ti mismo y te mereces... Nada, creo que te mereces curarte de ti mismo. Pero no te extraño ni a ti ni a ese mal ensayado formato de amor que vendes.
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