martes, 6 de enero de 2015

César a veces entender nuestra vida juntos puede resultar muy difícil y lo entiendo.

Lo sé, es sólo que me gustaría encontrar una pauta o algo más que la acumulación de hábitos situacionales o por lo menos, mi querido E., un instinto que saque del arrebato de disociarme cuando no entiendo una situación ¿Te imaginas cuántas cosas se impriman en mi huella cerebral cuando hago eso?

No me las imagino pero supongo que queremos que la pauta o la huella nos empuje hacía cosas mejores. Una perspectiva tan optimista como ésta es el unguento más dulce cuando algo nos causa dolor. Pueden sucedernos cosas desagradables, pero al menos, vivirlas puede hacer de nosotros personas mejores.


Digamos que te alejas definitivamente hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio, en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mi, doliente, persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mi tu corazón inerte y sustancial, tu corazón de una promesa única
en mí, que estoy enteramente solo... sobreviviendote.

Después de ese dolor redondo y eficaz, pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia, ni que me atreva a preguntar si cabes,
como siempre... en una sola palabra.

Lo cierto es que ahora ya no estas en mi noche, desgarrándome idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable de mi voz como niño, esa que no sabia.

Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza, no tener oración para morder,
no tener fe para clavar uñas, no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala, que retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla, como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de cenizas.

Esta tarde. Sin embargo yo daría, todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mi, tu corazón inevitable y doloroso
en mí, que estoy enteramente solo... sobreviviendote.



Mario Benedetti.

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