Algo tengo
con las personas que se llaman Eduardo, al último lo conocí por coincidencia,
le tenía un recelo al nombre por el hecho de un bonito amor que dejo mal sabor
al final. Y ahí estábamos yo y Eduardo, el tercero (¿El de la vencida?); él
expuesto ante el público y con la cara roja de vergüenza, y yo, escondiéndole el
rostro en mi cuello; no hubo palabras, no nos conocíamos antes ni habíamos cruzado
palabra alguna, sólo nos encontramos en el momento justo y desde entonces nos
amamos, por increíble que parezca, nos amamos. Te amo mientras todo esto dure,
me dijo ayer. Te amo, le contesté.
Hablamos de
la imposibilidad de tenernos, la alegría de encontrarnos y la rara felicidad de
idealizarnos… de sabernos.
Octubre te
dije yo, la muerte y la distancia, dijiste tú.
Te amo me
volviste a decir, sin preguntas, sin titubeos, sin rodeos, natural cómo el día que nos conocimos y empezamos a
amarnos. Soy el amor de tu vida respondí cuando preguntaste ¿Quién eres tú? Eres
el amor de mi vida, dijiste tú.
Te amo. Es
una frase fuerte y entiendo que no nos amamos en un plano apto para mentes
cuadradas, nos amamos en nuestra imposibilidad, en nuestra posibilidad, en
nuestros fuéremos, fuimos, seríamos. Te dije que sonreía y me dijiste que me
casara con el dueño de mis sonrisas.
Cásate
conmigo.
Te amo.
1 comentarios:
Morí...
Amarse en la imposibilidad debe ser una cosa tan extraña pero tan recomfortante.
Saludos.
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