lunes, 27 de julio de 2015

Qué bueno que volviste, E., me estaba pesando el silencio de las madrugadas, a mí que me gusta mucho tu voz rompiendo la oscuridad de la habitación. Tu pecho resonando desde los adentros.

Me gusta cada que regresas, me gusta que vuelvas de improvisto y me recuerdes las sonrisas, los labios, los abrazos, la inmutabilidad del reloj.  Me gustan tus dedos que pareciera fueron hechos para una función específica. Tus uñas de especialidad. Tu ancla junto a la mía y encallar juntos hasta que sube la marea y la noche nos sorprenda con los zapatos mojados.

No sabía que tomaría tanto, la última vez que hablamos estabas por mí en la central de autobuses después de esa noche.  La noche en la que el miedo ya no cupo en la maleta y se tuvo que quedar en esa casa, en ese baño, en esa última amenaza. Llevabas puesta tu playera blanca en la que bordé flores y tú, un “Fuck you”. Perdón por no decirte hola y decirte “Fuck you”. Te quería besar pero veía las flores marchitas.

Y volviste, con una sonrisa más linda, con un rostro más cálido. Con unos labios. Con unos labios. Y esas manos que toman todo, que dan todo, que rompen todo.  

Y volviste con cigarrillos en el bolsillo. Muchos. Y la plática. Y las ganas. Y el no pasar del tiempo.

Qué bueno que volviste, E., ya sé que no te quedarás pero por ahora cuéntame algo que me gusta mucho escuchar tu voz que lo llena todo.

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