Cuando nos acercamos al impasse, al punto en que se hace difícil creer que vamos a poder sobrevivir, empieza el remolino. Uno se desespera, se enreda. Súbitamente no entiende ya nada de nada y es aquí donde el síntoma del neurótico se hace muy claro.
El neurótico es una persona que no ve lo obvio. Esto se observa siempre en el grupo. Algo es obvio para todos los demás y la persona en cuestión no lo ve, no ve las espinillas de su nariz. Y esto es lo que tratamos de hacer: frustrar a la persona hasta que esté frente a frente con sus bloqueos, sus inhibiciones, su manera particular de evitar el tener oídos, ojos, músculos, autoridad, seguridad en sí misma. Estamos siempre tratando de llegar al impasse y encontrar el punto donde uno cree que ya no tiene posibilidad de sobrevivir, porque no encuentra los medios en uno mismo. Cuando hallamos el lugar donde la persona se encuentra bloqueada, pegada, nos encontramos frente al hecho sorprendente de que se trata fundamentalmente de un asunto de su propia fantasía. En la realidad no existe. Una persona únicamente cree que no tiene recursos a su disposición. Evita usar sus propios recursos fabricando una serie de expectaciones catastróficas. Espera algo malo del futuro: “la gente no me va a querer”. “Tal vez haga el ridículo”. “Si yo hiciera esto no me querrían más, me moriría”. Tenemos todas estas fantasías catastróficas mediante las cuales nos impedimos de vivir, el ser. Estamos continuamente proyectando fantasías amenazantes al mundo y estas fantasías nos impiden correr los riesgos razonables que son parte del crecer y del vivir. Preferimos mantener el statu quo: mejor quedarse en un matrimonio mediocre, mentalidad mediocre, que atravesar el impasse. Muy pocas personas entran en la terapia para ser curadas; lo hacen más bien para cultivar su neurosis. Preferimos manipular a otros para conseguir su apoyo, que aprender a pararnos en los propios pies y limpiarnos el propio excremento. Para manejar a otros nos hacemos fanáticos del control, del poder (...): hacerse el desvalido, el tonto, el matón y así sucesivamente. Y lo más interesante de las personas maniáticas del control es que siempre acaban siendo controladas. (...) El darse cuenta, la experiencia plena, el percatarse de cómo se está atascado, los hará recuperarse y tomar conciencia de que todo el asunto no es más que una pesadilla, no es algo verdadero, no es real. Llegan al Satori cuando se dan cuenta, por ejemplo, de que están enamorados de un ideal y que no están en comunicación con su pareja. Lo demencial es que consideramos la fantasía como si fuera realidad. En el impasse siempre hay algo de locura. En el impasse nadie los puede convencer que lo que están anticipando es una fantasía. Toman como verdadero algo que es meramente un ideal, una fantasía. El loco dice “Yo soy Abraham Lincoln”, el neurótico “Ojalá yo fuera como Abraham Lincoln” , y la persona sana “Yo soy yo, y tú eres tú”.
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