martes, 20 de mayo de 2014

Arde el aire.

Es que no sé, E. ¿Sabes?, hay algo que no sé del todo pero que he entendido a aceptar, no sé como pero de pronto todo se va armando lentamente, como una fotografía en una impresora de punto línea por línea; una gestalt que si separo no tiene significado pero si junto adquiere sentido, es sólo que me faltan piezas todavía. 

Luego cierro los ojos y empujo (ya sabes) esa puerta y me doy cuenta que todos esos sentimientos ya no están guardados en el mismo lugar, alguien me los movió al techo y ha corrido las tejas. 


Tal vez los dejaste en alguna plaza sola, de esas olvidadas en donde los estudiantes se recuestan en el pasto a darse besos y pasar la tarde. 


La única certeza es que aquí arriba (en las tejas de mi mente) se mece el viento y me baila la cabellera de ideas imaginarias que me tranquilizan, no saben a dónde van, sólo insisten en ser arrastradas. 

Y luego, el cielo se me cae de las manos sin hacer ruido y todo el aire arde. 
Se me desnudan los vacíos. 

Se me sacude el polvo y deja entrever mi piel, mi piel en sequía. 


Me estás asustando César, y es que el silencio (este silencio) es el animal más peligroso que te conozco. 
 
 
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